Los hijos.



Muéstrales tu afecto. En este terreno no hay peligro de desmesura: los padres somos su primera y más importante escuela de amor. Edificamos su plataforma emocional y les mostramos el valor de un abrazo, de una caricia… Saber tratarles bien cuando no tienen problemas les ayuda a resolverlos mejor cuando éstos se 

presentan. 
Pasa mucho tiempo con ellos. Hasta los 11 años, necesitan estar cerca de sus padres tanto como comer. Luego, los amigos adquieren cada vez mayor relevancia, pero no debemos alejarnos.
Dales ejemplo. Que haya coherencia entre lo que predicas y lo que haces. 

Recuerda: sólo lo bien hecho educa. Promueve entre ellos la capacidad de alegrarse por la tarea bien resuelta. Lo que los niños pueden y deben hacer no ha de hacerlo otro por ello. 

Pon límites. Traza líneas claras entre lo que pueden y lo que no pueden hacer. No obrar así es como dejarlo en un cuarto oscuro: si no hay paredes, acabarán cayendo al vacío. Si las hay, se golpearán con alguna y les dolerá, pero les estará salvando de algo aún peor. Si has explicado las reglas y sabes que las han entendido, debes responsabilizarse de sus faltas. 


Ten en cuenta su edad y su madurez. Los niños de corta edad actúan intentando responder a las expectativas de sus padres, no por miedo al castigo. Aprenden mejor con premios y alabanzas que con amenazas que a veces no entienden. 

Enséñales a convivir con la ansiedad de la existencia. Explícales que la vida impone dificultades y que ellos tienen recursos para afrontarlas. Si no lo hacemos fomentaremos su intolerancia a la frustración. 

Identifica sus dificultades de maduración. Hay dos posibilidades: el niño normal con ritmo más lento y el niño inmaduro. Los primeros suelen presentar dificultades en el área del lenguaje. Es muy importante tener paciencia, no agobiarles y darles confianza. La inmadurez se manifiesta con un bajo rendimiento en todas las áreas y una dependencia constante de los padres.

Ayúdales a comprender a otras personas. Fomentará sus habilidades sociales y les permitirá tener más y mejores amigos. 

Dales la oportunidad de “hablar con Dios” o de decidir si quieren hacerlo. Hablando con Dios obtenemos respuesta a preguntas difíciles como “¿Por qué existe el dolor?” o ¿”por qué sufro?”. La espiritualidad ayuda a combatir el miedo, a despegarse de lo material, a amar libremente, a desear el bien ajeno…

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