Madre Celestial ♥



(Adaptación inspirada en el Nican Mopohua ó «Huey Tlamahuizoltica»; escrito en Náhuatl, el idioma azteca, a mediados del siglo XVI por el erudito indio Antonio Valeriano).




Un hermoso sábado de diciembre Juan Diego caminaba cerca del cerro Tepeyac; amanecía, y el silencio le daba un aroma especial a tan bello paisaje. Suavemente, y como un canto de serenos pájaros comenzaron a oírse algunas voces. Aquel sonido lejano, iba y venía dejando un tanto confuso al pobre Juan Diego, miraba hacia abajo, hacia arriba, buscando quizás en el cielo al dueño de tan preciosa melodía. 
De repente, se hizo un silencio y desde lo alto del cerrito decían: “¡Juanito, Juan Dieguito!”. Sin ningún temor comenzó a trepar para llegar a la cumbre y descubrir quien lo llamaba. Cuando por fin llegó, vio a una Señora de pie resplandeciente como el sol; su luz se reflejaba en todos lados, y hasta las espinas brillaban como oro.

Ella le dijo: 
“Juanito, el mas pequeño de mis hijos ¿sabes quién soy yo?”, 
no -dijo Juanito- con los ojos atentos y esperando saber más de aquella Señora, 
“Soy la Virgen María, Madre de Dios y deseo que aquí se construya un Templo, para dar todo mi amor y remediar las penas y dolores”, 
¿y cómo podré yo construirte un templo, Señora y niña mía?, si apenas tengo lo necesario para mi pobre casa –contestó triste. 
“Ve al palacio del Obispo de México y cuéntale mi deseo, dile que me has visto y oído”.

Corriendo llegó a la Ciudad ansioso por contarle al Obispo el gran suceso, quien al oír el relato, no creyó ni una sola palabra. Muy triste, Juan Diego volvió a la cumbre del cerro y parado frente a la Señora del Cielo dijo: Señora y niña mía, hice lo que me pediste y el Obispo no creyó mis palabras –y seguía diciendo mientras se entristecía aún mas su rostro- quizás sería mejor que alguien mas importante y respetado sea el que lleve tu mensaje para que le crean; yo soy solo un pobre hombrecillo. 

Y Ella le respondió: ” quiero que seas tú, vuelve mañana a ver al Obispo, y hazle saber nuevamente mi voluntad y recuérdale que yo en persona, la Siempre Virgen Santa María, Madre de Dios te envía”. Luego Juan Diego regresó a su casa a descansar, pues había sido un día muy largo y agotador.

Al día siguiente Juan Diego se levantó muy temprano y se dirigió a ver al Obispo. Antes estuvo en la Misa y pacientemente esperó a que la gente se volviera hacia sus casas para poder hablar con él. Así fue que Juan Diego comenzó la conversación arrodillándose frente al Obispo -estaba triste y lloraba-, quería que de una vez por todas le creyera su mensaje y la voluntad de la Inmaculada Virgen de construirle un Templo en aquel cerro. Entonces el Obispo le respondió: querido Juan Diego, de la única forma que creeré tu relato, es si me traes una señal. Algo que me demuestre que te envía la mismísima Señora del Cielo.

Si eso es lo que tú quieres, así será, iré y se lo pediré a ella misma. Juan Diego emprendió el camino de regreso, sin darse cuanta que algunos hombres lo perseguían, pero al llegar al puente cercano al cerro Tepeyac, lo perdieron de vista, de manera casi mágica Juan Diego desapareció, y los hombres desorientados volvieron para contarle al Obispo semejante misterio. Estaban tan enojados que juraron castigarlo con firmeza si volvía a aparecer con aquellos engaños. 

Entre tanto, Juan Diego estaba en el cerro con la Santísima Virgen, le contaba lo que había ocurrido y el deseo del Obispo. 
La Virgen le respondió: “vuelve mañana, y le llevarás al Obispo la señal que te ha pedido”, y mirándolo con ternura siguió diciendo: “Sé los esfuerzos que has hecho por mí, pero descuida, te compensaré por tu buena voluntad y empeño. Ahora ve, descansa, y nos veremos mañana”.

Al día siguiente Juan Diego no pudo ir al cerro como había prometido, su tío Juan Bernardino estaba muy enfermo -y como buen sobrino- se ocupó de cuidarlo y llevarlo al médico, pero la salud de su tío no mejoraba, estaba cada vez peor, casi al borde de la muerte.

Al día siguiente Juan Diego salió muy temprano de su casa en busca de un Sacerdote que acompañara a su tío en las últimas horas. Emprendió el camino de siempre, evitando pasar cerca de donde se había encontrado con la Virgen, pues llevaba prisa y no quería detenerse. Sin embargo, con sorpresa la vio salir a su encuentro diciendo: 
“¿Cómo estás hijo mío, el más pequeño, a donde vas tan apurado?” 

Inclinándose delante de ella le respondió: es que mi tío está muy enfermo y está por morir. Voy a buscar un Sacerdote que lo acompañe en sus últimas horas y pronto regresaré a llevar tu señal al Obispo. Ella respondió: “No te asustes hijo mío, el más pequeño; no tengas miedo, no te angusties”, y siguió diciendo con dulzura: “Yo estoy aquí para cuidarte y protegerte. Tu tío no morirá, ya sanó”. 

Fue ahí que Juan Diego comprendió lo que había hecho la Virgen del Cielo ¡había curado a su tío!, ya más aliviado suspiró profundo y le dijo: entonces estoy listo para llevar tu señal al Obispo. Así fue que la Virgen le pidió que trepara hacia la cumbre del cerro y ahí mismo –donde la viera por primera vez- corte diferentes flores y se las lleve. 
Con asombro descubrió Juan Diego que la cumbre estaba llena de rosas, el perfume flotaba en el aire y las pequeñas gotas de rocío de sus pétalos, las hacían brillar como diamantes.

Tomó todas cuantas pudo entre sus brazos y descendió para encontrarse con la Virgen y entregarle las flores. La Señora del Cielo las tomó y luego dijo: ”hijo mío, el más pequeño, ve ante el Obispo y dile que vuelves para que se haga mi voluntad, y sólo cuando estés frente a él, despliega tu manta con las flores y muéstrale lo que llevas. Dile que yo te mandé a cortarlas en la cumbre de aquel cerro”.

Así fue como Juan Diego se puso en camino hacia el palacio del Obispo, mientras disfrutaba del aroma que emanaban las rosas apretadas contra su regazo. Al llegar al palacio del Obispo, pidió nuevamente hablar con él, pero el mayordomo y los otros criados no lo dejaron entrar; rogó y rogó pero no tuvo suerte. 

Se quedó parado aguardando que lo llamen al menos por curiosidad, por ver lo que llevaba en su regazo. Los criados intrigados, espiaron entre los pliegos de la manta, y desconcertados vieron esas hermosas flores que -cuando quisieron tocar- se desvanecieron. Corrieron a contarle al Obispo lo que habían visto y enseguida comprendió que se trataba de una prueba e inmediatamente lo mandó a buscar. 

Juan Diego entró y humildemente se arrodilló para contar nuevamente lo que había vivido y transmitirles el mensaje de la Virgen; continuó diciendo: Señor, hice lo que me pidió. Pedí a la Señora del Cielo, Santa María Madre de Dios, una señal para que me crean y por fin le construyan el Templo donde ella lo pidió. Pacientemente escucharon su relato mientras seguía: Ella me dijo que le entregara estas hermosas flores -pues bien- aquí están. Y desplegó la manta de un solo movimiento; las flores se esparcieron por el suelo y de repente se dibujó en la manta la imagen de la preciosa Virgen Santa María de Guadalupe. 

El Obispo se arrodilló, lloró de la emoción y también le pidió perdón por no haberle creído a aquel hombre que envió para trae su mandato. Tomó la manta que Juan Diego llevaba atada a su cuello, y rápidamente la llevó para que pueda ser admirada por todos, y dirigiéndose a Juan Diego dijo: muy bien, muéstrame pues, donde es la voluntad de la Señora del Cielo que le construyan su Templo. Llegaron hasta el cerro y Juan Diego les mostró el precioso lugar donde la Virgen le dijera que quería su Templo. 

Con gran prisa Juan Diego se despidió de todos, y les explicó que debía correr a su casa para ver cómo estaba su tío Juan Bernardino. De todos modos quisieron acompañarlo y grande fue la sorpresa al llegar y verlo contento y sin ningún dolor. Ahí fue cuando Juan Bernardino le contó a su sobrino que la mismísima Virgen del Cielo había estado ahí, y lo había sanado. 

El Obispo invitó a Juan Diego y a su tío a pasar unos días con él, mientras se construía el hermoso Templo de la Virgen de Guadalupe en el cerro Tepeyac. Además, ordenó a trasladar la Santa imagen de la amada Virgen de Guadalupe a la Iglesia mayor, para que toda la gente pudiera verla y admirarla. 

Aquella imagen perduró durante muchísimos años, y hoy, sigue siendo un Milagro Divino que la Virgen nos regaló para que siempre la recordemos y amemos. 



OREMOS:


Virgen Santísima de Guadalupe, Madre Dios, Señora y Madre nuestra, vennos aquí postrados ante tu Santa imagen que nos dejaste estampada en la tilma de Juan Diego como prenda de amor, bondad y misericordia; aún siguen resonando las palabras que le dijiste a Juan con inefable ternura: “Hijo mío queridísimo, Juan, a quien amo como a un pequeñito y delicado”, cuando radiante de hermosura te presentaste ante su vista en el cerro del Tepeyac, has que merezcamos oír en el fondo de alma esas mismas palabras. 

Sí, eres nuestra Madre ¡la Madre de Dios es nuestra Madre!, la más tierna, la más compasiva, y para ser nuestra Madre y cobijarnos bajo el manto de tu protección, te quedaste en tu imagen de Guadalupe.

Virgen Santísima de Guadalupe, muestra que eres nuestra Madre: defiéndenos en las tentaciones, consuélanos en las tristezas, y ayúdanos en todas nuestras necesidades; en los peligros, en las enfermedades, en las persecuciones, en las amarguras, en los abandonos, en la hora de nuestra muerte. 
Míranos con ojos compasivos y no te separes jamás de nosotros. Amén. 


ORACIÓN:

Virgencita Inmaculada: danos la paz, la justicia y la prosperidad a nuestro pueblo. Queremos ser totalmente tuyos y fieles siempre a Jesucristo en su Iglesia. Virgen de Guadalupe, bendice a nuestras familias, compadécete de nosotros y guíanos siempre a Jesús, y así, libres de todo mal, podremos llevar a los demás la alegría y la paz que solo pueden venir de tu Hijo Jesucristo. Amén. 


PERDÓN PARA MIS PECADOS:

Oh purísima Virgen de Guadalupe, alcánceme de tu divino Hijo el perdón de mis pecados, bendición para mi trabajo, remedio a mis enfermedades y necesidades, y todo lo que tu creas conveniente pedir para mí y mi familia. Amén. 


ORACIÓN A LA EMPERATRIZ DE AMERICA:

Virgen Santísima de Guadalupe, Madre y Reina de nuestra Patria, aquí nos tienes humildemente postrados ante tu prodigiosa imagen. En ti ponemos toda esperanza, tú eres nuestra vida y consuelo. Estando bajo tu sombra protectora y en tu maternal regazo, nada podremos temer. Ayúdanos en nuestra peregrinación terrena e intercede por nosotros ante tu Divino Hijo en el momento de la muerte, para que alcancemos la eterna salvación del alma. Así sea. 


ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE:

Madre Santísima de Guadalupe, Madre de Jesús, condúcenos hacia tu Divino Hijo por el camino del Evangelio, para que nuestra vide sea el cumplimiento generoso de la Voluntad de Dios. Condúcenos a Jesús, que se nos manifiesta y se nos da en la Palabra revelada y en el Pan de la Eucaristía. Danos una fe firme, una esperanza sobrenatural, una caridad ardiente y una fidelidad viva a nuestra vocación de bautizados. 

Ayúdanos a ser agradecidos a Dios, exigentes con nosotros mismos y llenos de amor para con nuestros hermanos. Amén. 


BIENAVENTURADA:

Bienaventurada Virgen de Guadalupe, tú, que avanzaste en la peregrinación de la fe, mantuviste fielmente la unión con tu Hijo hasta la Cruz; de pie sufriste con él con corazón afligido y maternal sacrificio. Guíanos y acompáñanos por la senda divina. Amén. 





ROSAS DE CASTILLA:

Rosas milagrosas en pleno invierno, entre peñascos y espinas dejaste crecer un milagro perfumado de delicias, que en cada pétalo encontró un pincel, suave como la brisa; un trazo a la vez entre cada pliego supiste embeber, para los pequeños que no te conocen, dejaste la imagen de tu dulce ser. 

Nuestra Señora de Guadalupe, la que transforma el cerro en un jardín de raras, exquisitas, frescas, aromáticas y significativas rosas. Cuando el invierno las adormece Ella las llama a fundar el lugar Sagrado; la que será su casita perfumada de su aroma.

Transforma los corazones de aquellos que no creen y engrandece los pequeños que las siguen.
Santa María de Guadalupe, la que todo lo transforma con amor, dulzura y alegría. Amén. 


LA MILAGROSA:

A Juan Bernardino sanaste como prueba de tu amor, llegaste para quedarte y en señal se transformó. Aquí dijiste: “en el cerro un Templo para rezar y estar cerca de tu imagen, a la gente del lugar”. 





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